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Ninguno hubo más estudioso ni más constante que él en el trabajo. Siguió por más de cuarenta años el sistema de preparar sus obras con el estudio de dos o tres diseños para el asunto que había de pintar. Copiaba a parte y al óleo las cabezas por el natural: también dibujaba por él en papel teñido los brazos, piernas, manos y otras partes del desnudo, que necesitaba para sus composiciones, realzando los claros con yeso o albayalde seco. De este modo estudiaba y diseñaba los paños y las sedas, que arreglaba en el maniquí, vistiéndole con capas, túnicas y otras cosas adaptables al asunto. Así pintó los seis cuadros [ de la [[Cristo_desnudo_-_Pacheco,_Francisco|''vida de san Ramón'']] ] del claustro de la Merced, el [[Cristo_desnudo_-_Pacheco,_Francisco|''juicio universal'']] de santa Isabel, el san Miguel del colegio de san Alberto, y otras obras recomendables en Sevilla, que diremos al fin.
Hizo más de ciento cincuenta [[retratos_al_óleo_-_Pacheco,_Francisco|''retratos al óleo'']] de varios tamaños, la mayor parte pequeños, porque entonces se usaban así, y con más utilidad que ahora los de miniatura; y el mejor fue el de su mujer. Y pasaron de ciento setenta los dibujos [ [[dibujos_fraile_mercedario_-_Pacheco,_Francisco|''dibujosfraile'']] ] que ejecutó de lápiz negro y rojo de sujetos de mérito y fama en todas facultades, incluso el de Miguel de Cervantes. Y a este propósito cantó don Francisco de Quevedo y Villegas los versos siguientes:
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