Alfaro y Gámez, Juan

De Diccionario Interactivo Ceán Bermúdez
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Juan Alfaro y Gámez
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Especialidad Pintor
Fallecimiento 1680 Madrid
Cronología XVII
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Ubicación en el diccionario Tomo 1, Página 13, Letra A, Grupo AL

Alfaro y Gámez (don Juan de) pintor. Nació en Córdoba en 1640, y fue allí discípulo de Antonio del Castillo. Vino después a Madrid a la escuela de don Diego Velázquez, a quien imitó en los retratos [ Bernabé Ochoa de Chichetru, ] y con la proporción de ser su maestro pintor de cámara, pudo copiar algunos retratos de mano del [ copias de ] Tiziano, de [ copias de ] Rubens y [ copias de ] Van Dick para encastarse en el buen gusto de las tintas y del colorido.


A poco tiempo de principiar a estudiar sobre tan buenos principios se volvió a su patria, lleno, mas de vanidad que de pintura. No lo creyeron así sus amigos y parientes, que le proporcionaron muchas obras. Entre estas no fue la de menor consideración la mayor parte de los cuadros de la vida de san Francisco [ Nacimiento de San Francisco, ] para el claustro de su convento, que pintó ayudado de estampas, poniendo en todos Alfaro pinxit con sobrada presunción.


Resentido Castillo, su primer maestro, de verse pospuesto en aquella obra a un discípulo tan tierno, solicitó pintar un lienzo para el mismo claustro, y habiéndolo conseguido, escribió al pie non pinxit Alfaro, lo que fue muy celebrado en la ciudad, y quedó en proverbio entre nuestros profesores.


Pintó entonces don Juan el cuadro de la Encarnación [ Anunciación ] para el oratorio de los carmelitas descalzos, el retrato del obispo don Juan de Alarcón y los de sus antecesores, que copió de otros, para colocar en su palacio, en donde existen; y habiéndose casado con doña Isabel de Heredia, volvió con ella a Madrid. Aquí pudo conseguir pintar el cuadro del Ángel de la guarda, que está en la primera capilla a mano izquierda de la iglesia de San Isidro el real [ Colegiata de San Isidro el Real, antiguo Colegio Imperial e iglesia de San Francisco Javier de la Compañía de Jesús, en la calle de Toledo ], y algún otro [ Asunción de la Virgen, ]; pero enfadado por el pleito que se había suscitado sobre cargar a los pintores con el repartimiento de un montado, pasó a ser administrador de rentas en diferentes partidos; y luego que supo que el arte de la pintura había ganado se restituyó a Madrid a casa del regidor don Pedro de Arce, aficionado a las ciencias y a las bellas artes.


Pagóle el hospedaje con retratos de este caballero, [ don Pedro de Arce ] de su mujer [ Antonia Arnolfo ], y de algunos poetas y escritores que concurrían a su casa, y con varios cuadros [ Isabel Díaz de Morales, ] que le pintó, copias y originales, incluso el retrato de don Pedro Calderón de la Barca, que se colocó sobre su sepulcro en la parroquia de San Salvador de Madrid [ en la plazuela de la Villa ].


No fue Arce su único protector: el Almirante de Castilla, conocido entre los artistas más por su copiosa colección de pintura que por sus dictados, le nombró su pintor y le honró con su amistad y confianza. Con su licencia volvió a Córdoba por haber enviudado a consolarse con sus amigos, donde animó a don Antonio Palomino a venir a la Corte a perfeccionarse en la pintura, ofreciéndole su recomendación, que no quiso aceptar por estar estudiando teología.


Al año siguiente, que era el de 1677, volvió Alfaro a Madrid, y a pocos días de haber llegado, salió desterrado el Almirante para Rioseco. No quiso seguirle don Juan y S. E. sintió mucho este desaire; y en el entretanto Alfaro dio la vuelta a su patria a verificar el segundo matrimonio que había dejado ajustado con doña Manuela de Navas y Collantes. Entonces aceptó Palomino el partido que le había antes propuesto, y Alfaro le dio cartas para que le dejasen concluir los cuadros que había dejado principiados en Madrid.


Por este tiempo Alfaro pintó en Córdoba algunas obras públicas y privadas: el monumento [ Beso de Judas, Ecce Homo, Pelícano ] de aquella santa iglesia [ catedral ] y el retrato del obispo don fray Alonso Salizánes; pero a poco mas de un año de estar allí comenzó a adolecer del pecho con hipocondría, que le obligó a retornar a Madrid en 1680, cuando el Almirante ya había vuelto de su destierro, quien no se dejó ver de su pintor por más instancias que le hizo para ello. Este sentimiento, y verse sin tener que trabajar le aceleró la muerte, acaecida en noviembre de ese mismo año, y fue enterrado en la iglesia de San Millán [ en la calle de Toledo, ayuda de parroquia de San Justo ].


Esta sencilla narración da bastante idea del mérito de un joven que pasó lo más precioso de su vida en viajes, sin haber estudiado con fundamento su profesión. Un poco de gusto en el colorido y en las tintas formaba en aquel tiempo de la decadencia de las artes un pintor acreditado, sin contar con el dibujo. Alfaro apenas lo estudió, y su principal habilidad era hacer retratos al óleo pequeños, que entonces tenían mucha estimación. Era literato y poeta; y aunque esas circunstancias son muy útiles para un pintor, no se debe ocupar siempre en ellas. Por su muerte recogió Palomino buenos libros, papeles curiosos y apuntaciones de su letra sobre las vidas de Becerra, Céspedes, y Velázquez, hechas con poca crítica que de las que se valió para su obra.

Palomino.

(Tomo I, pp. 13-16)