Fures y Muñiz, Jerónimo
Especialidad | pintor |
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Cronología | XVII |
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Ubicación en el diccionario | Tomo 2, Página 147, Letra F, Grupo FU |
Fures y muñiz (don Jerónimo) pintor, caballero de la orden de Santiago, gentilhombre de boca de Felipe IV, conservador general del real patrimonio en los reinos de Nápoles, Sicilia y estado de Milán y uno de los grandes aficionados que había en su tiempo en Madrid, ejercitando la pintura con mucho gusto y acierto en las empresas morales. De las diferentes que inventó y dibujó se celebró mucho la que figuraba en una nave a toda vela con viento favorable y con el lema non credas tempori, moralizando la ninguna seguridad que se debe tener en la prosperidad de los sucesos humanos.
También manifestó su inteligencia en la pintura con una copiosa y escogida colección de cuadros y dibujos originales de los mejores profesores de Italia y España, que tenía en su casa. Por ser tan nombrada en Madrid pasó a verla y examinarla el príncipe de Gales cuando estuvo en esta corte, a quien regaló ocho pinturas y algunas armas de los famosos maestros españoles.
Carducho
(Tomo II, pp.147-148).
APÉNDICE.
Venida del príncipe de Gales a Madrid,
estado en que estaba entonces Lo pintara en la corte,
principio de su extracción fuera
del reyno y de su decadencia.
Llegó este príncipe incógnito a Madrid el día 17 Se marzo de 1623, y se hospedó en la casa del embajador de Inglaterra; pero habiendo este participado su llegada al conde-duque de Olivares, mandó inmediatamente Felipe IV que se le dispusiese habitación en el Buen Retiro. Parece que ya no hay duda en que su venida fue a tratar su casamiento con la infanta doña María y no habiendo tenido el buen efecto que deseaba, se volvió a Londres descontento en 9 de septiembre del mismo año.
Cuando llegó S. A. a Madrid estaba la pintura en la corte en la mayor estimación. Además de las grandes y selectas colecciones que el rey tenia en sus palacios, (de las que pereció una gran parte en los incendios que acaecieron después en el Escorial y en el Alcázar de Madrid) querían competirlas con las suyas muchos grandes de España y otros caballeros inteligentes y aficionados.
El almirante de Castilla tenia entre otros lienzos diferentes piezas de Tiziano, seis cabezas de Antonio Moro, un bacanal de Caraccioli, una Virgen con san José y el niño de Rafael, y otros cuadros de los más nombrados profesores de Italia: el marqués de Leganés, consejero de estado y general de artillería conservaba muchas y buenas pinturas antiguas y [ pinturas ] modernas: el conde de Benavente las [ obras ] que trajo su padre de Italia y las [ obras ] que él juntó con discreción é inteligencia: el príncipe de Squilace las excelentes [ pinturas ] de su gran salón: el marqués Crescenci, pintor y arquitecto las [ obras ] que trajo de Italiay las [ obras ] que juntó en España con su gran inteligencia; el conde de Monterrey muchos y buenos originales y los famosísimos dibujos de los nadadores, ejecutados por Miguel Ángel, que sirvieron de estudio a los mejores pintores y escultores de su tiempo, incluso el divino Rafael, y a los que le sucedieron.
También tenían colecciones don Jerónimo de Villafuerte y Zapata, guardajoyas del rey y buen dibujante: don Antonio Moscoso, marques de Villanueva del Fresno: don Rodrigo de Tapia: Rutilio Galli, noble florentino, de quien hay artículo: don Suero de Quiñones, alférez mayor de León: don Francisco de Miralles: don Francisco de Aguilar: el contador Jerónimo de Alviz: el licenciado Francisco Manuel: Francisco Antonio Calamaza: Mateo Montañés: don Jerónimo Fures y Muñiz; y otros muchos caballeros de buen gusto, que con sus pinturas, antiguallas y otras curiosidades ponían a Madrid en paralelo con las principales ciudades de Italia.
Vincencio Calducho describe el movimiento e instrucción que había entonces entre los aficionados, y cuenta el placer que tuvo una noche que se halló en una tertulia de estos, en que se trataba de pinturas, dibujos, modelos y estatuas con inteligencia y conocimiento del estilo de los más famosos autores, cuyas obras poseían y cambiaban entre sí, discurriendo científicamente sobre el mérito de cada una, como si fuesen profesores. Tal era el gusto e ilustración que había en Madrid cuando llegó a ella el aficionadísimo y muy inteligente príncipe de Gales, quien al paso que se deleitaba con la vista de tantas y tan buenas producciones del arte, sufría el sin sabor de no poder comprarlas para la colección que principiaba a formar en Londres.
Con todo, compró muchos y buenos cuadros en las almonedas del conde de Villamediana y del célebre escultor Pompeyo Leoni, y le regalaron muchos más [ cuadros ] los grandes, los caballeros y los pretendientes; y hasta el mismo Felipe IV, que no cedía en gusto e inteligencia a este príncipe, le regaló aquel afortunado cuadro del Tiziano, que en tiempo de su padre y tan estimado de él, pudo escapar del incendio del Pardo: hablo de la fábula de Antiope con sátiros y pastores. Le regaló también otros dos de la misma mano, que representan a Europa y los baños de Diana, los que se quedaron por fortuna encajonados en palacio, y no pudo llevar por la precipitación con que salió de Madrid. En fin llegó a tal punto el deseo de aquel príncipe de adquirir pinturas, que no habiéndose satisfecho con las que compró, ni con las que le regalaron, mandó copiar [ pinturas ] todas las buenas que no pudo conseguir; y aun después de haber subido a su desgraciado trono, mandó el año de 1633 que Miguel de la Cruz, aquel joven de tan buenas esperanzas, de quien hablé en su artículo, le copiase todo lo que había de Tiziano en los palacios reales de España.
Desde esta época principió la extracción de las, pinturas del reino, pues el ejemplo del príncipe de Gales excitó la ambición de los extranjeros, que se llevaron la mayor y mejor parte de las muchas que había en las casas particulares, traídas con aprecio y entusiasmo de Italia y Flandes por sus dueños y por sus gloriosos predecesores, hasta que los Franceses en el reinado de Felipe V acabaron de extraer de las provincias las más apreciables, particularmente de Sevilla, cuando estuvo allí su corte, sin exceptuar las de los templos, ni las de los altares.
(Tomo II, pp.148-151)