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Era el retrato del rey del tamaño del natural, estaba [ Felipe IV ] armado y a caballo, muy arrogante y brioso; y con su real licencia se puso en la calle mayor, frente a San Felipe el Real [ Convento de San Felipe el Real de padres agustinos calzados en la calle Mayor ] en día de gran concurrencia, donde fue admirado de todo el pueblo, y causó no poca envidia a los demás pintores. Se escribieron muchos versos en su elogio, y entre ellos el siguiente soneto que compuso su suegro Pacheco.
{{quote|<blockquote><poem>
''Vuela, ó joven valiente! en la ventura''
''Pues es más que Alexandro y tu su Apéles.''
}}</poem></blockquote>
Hallábase entonces en la corte el príncipe de Gales, de cuya afición e inteligencia en la pintura hemos hablado en el apéndice al artículo de don Jerónimo Fures y Muñiz, quien celebró mucho el retrato del rey: pidió a Velázquez que le hiciese el suyo, y aunque le principió no pudo concluirle por la precipitación con que salió el príncipe de Madrid el día 9 de septiembre de aquel año. No fueron estos los únicos favores que don Diego recibió entonces de la benéfica mano del monarca, le señaló también una pensión de 300 ducados, que no pudo disfrutar hasta el año de 626 en que para ello hubo de dispensar el Papa Urbano V III.