Velázquez : Rodríguez de Silva y Velázquez, Diego
Especialidad | pintor |
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Fallecimiento | 1600 Madrid |
Cronología | XVI-XVII |
Ciudad de trabajo | Roma (Italia) Madrid, Jerez de la Frontera(Cádiz, AndalucÃa) La Granja (Segovia, Castilla y León) Plasencia (Cáceres, Extremadura), GandÃa (Valencia Comunidad Valenciana) |
Ubicación en el diccionario | Tomo 5, Página 155, Letra Letra V, Grupo Grupo VE |
Velázquez de Silva (don Diego) pintor, que mejor diríamos don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pues que su padre se llamó Juan Rodríguez de Silva, y su madre doña Jerónima Velázquez. Nació en Sevilla el año de 1599, y no el de 94 como dice Palomino; y fue bautizado en la parroquia de San pedro el día 6 de junio, como consta en su partida de bautismo. Vinieron de Portugal sus abuelos paternos a establecerse en aquella ciudad, y sus padres le dedicaron al estudio de la latinidad y de la filosofía, pero notando una inclinación decidida a la pintura, porque siempre estaba dibujando en los libros y cartapacios, tuvieron por más acertado ponerle en la escuela de Francisco Herrera el viejo, tan conocido por su facilidad en pintar, como por su aspereza de genio. Aunque aquella era adaptable a la viveza del discípulo, esta era insoportable a su amabilidad y dulzura, por lo que tuvo que sacrificar el estilo del maestro, que llenaba sus ideas a la tranquilidad de su espíritu, prefiriendo la blandura de Francisco Pacheco, a cuya dirección pasó después.
Aunque este procuró instruirle con esmero en todas las reglas y preceptos del arte, el joven Velázquez, que estaba dotado de un talento extraordinario, conoció desde el principio que su principal maestro debía ser la naturaleza, y desde entonces le hizo voto, digámoslo así, de no dibujar ni pintar cosa alguna que no fuese a su presencia, esto es, por ella misma. A este fin dice Pacheco en su libro del Arte de la Pintura: “Tenía (Velázquez) cohechado un aldeanillo aprendiz que le servia de modelo en diversas acciones y posturas, ya llorando, ya riendo, sin perdonar dificultad alguna, y por él hizo muchas cabezas de carbón y realce en papel azul y de otros muchas naturales con que granjeó la certeza en el retratar”. Así llegó a ser tan excelente en las cabezas, que pocos italianos le igualaron, y hasta sus mismos émulos lo confesaban, diciendo que en esto sólo consistía su mérito, a lo que respondía: "mucho me favorecen, pues yo no sé quien sepa pintar bien una cabeza".
Para vencer la aspereza de los colores y conseguir el dominio sobre los pinceles, escollo insuperable muchas veces para los más diestros dibujantes, se dedicó a pintar frutas, aves, peces [ bodegones ] y cosas inanimadas [ naturalezas muertas ] por el natural, cuya simetría no tiene la difícil correspondencia que hay en el cuerpo humano de las partes con el todo, ni hay que superar las filosóficas pasiones del animo en los principios, ni que vencer otras obscuras dificultades que encierra en sí tan prodigiosa maquina. Siguiendo este sistema dio pruebas de su gran talento, pues prescindiendo del riguroso de su maestro, buscó el camino más corto para llegar a la perfecta imitación de la naturaleza, sin que por esto dejase de aprender en adelante cuanto contiene el desnudo del hombre, como se nota en la fragua de Vulcano, en el cuadro de la túnica de José, en el crucifijo [ Cristo crucificado ] de las monjas de san Placido [ convento de San Plácido ó convento de la Encarnación de monjas benedictinas en la calle de San Roque ] y en otras obras que no aciertan a imitar los partidarios del sistema opuesto; y en fin dejó a los jóvenes principiantes un camino abierto, que tal vez convendría mucho trillar.
Pasó después a pintar figuras vestidas en asuntos domésticos y vulgares a manera de David Teniers y de otros pintores flamencos holandeses, que llaman bambochadas[ escenas de género ] y las hacia con suma propiedad, aunque por sujetarse demasiado a la naturaleza, que todavía no sabia observar bien, cayó en alguna dureza. A este su primer estilo pertenecen el Aguador de Sevilla, que esta en el palacio [ Real ] de Madrid, un nacimiento que posee el conde del Águila y algunos otros cuadros que ya no existen en aquella ciudad [ Sevilla ].
Como concurriesen a casa de su maestro los más ilustrados ingenios sevillanos, que en aquel tiempo eran muchos y sobresalientes, oía tratar y discurrir sobre mil asuntos curiosos y conducentes a la instrucción y buen gusto que debe tener un pintor. Se aprovechaba de estas sesiones y sacaba partido del fuego y entusiasmo de los poetas, que no eran los que menos la frecuentaban, pues que Pacheco se preciaba con justicia de serlo; e ilustraba su gran genio y talento en todo lo necesario a su arte con la lectura de los escogidos libros que tenía su maestro.
“Al cabo de cinco años que estuvo en esta (que se podía llamar academia del buen gusto) dice Pacheco, le casé con mi hija (doña Juana) movido de su virtud, limpieza y buenas partes, y de las esperanzas de su natural y grande ingenio”. Llegaban entonces a Sevilla pinturas de Italia, Flandes y Madrid que excitaban a Velázquez a quererlas imitar; pero las que más le llevaron su atención fueron unas de Luis Tristán por la analogía que tenían las tintas con su gusto, por la viveza de los conceptos; y habiéndolas copiado [ copias de pinturas de Luis Tristán ], se declaró su sectario, y procuró dejar la manera seca, que le había pegado su maestro. No fue este el solo bien que causaron, porque deseoso de ver otras, emprendió un viaje a Madrid.
Salió de Sevilla en la primavera de 1622, y fue muy obsequiado en la corte de sus paisanos don Luis y don Melchor de Alcázar, y mucho más del sumiller de cortina don Juan de Fonseca y Figueroa, maestrescuela y canónigo de la santa iglesia [ catedral ] de Sevilla, a quien hemos considerado acreedor a tener artículo en este diccionario por su afición, conocimiento y ejercicio en la pintura. Le proporcionó ver y estudiar cuanto quiso en las reales colecciones de Madrid, el Pardo y el Escorial; y aunque hizo todas las diligencias que pudo para que retratase a los reyes no lo consiguió. Después de haber retratado al poeta don Luis de Góngora por encargo que le había hecho su suegro, se volvió a Sevilla en el mismo año, quedando en Madrid de protector y agente suyo el maestrescuela, que no dejaba piedra por mover para que volviese. Volvió al año siguiente de 23 en virtud de una carta del conde duque de Olivares, ministro de estado y privado de Felipe IV, que le mandaba se pusiese en camino, señalándole una ayuda de costa de 50 ducados. Su suegro quiso acompañarle en este viaje para ser testigo de la gloria que presentía en su corazón.
Hospedolos en su casa Fonseca, y a pocos días de haber llegado Velázquez, le pintó su retrato, [ Juan de Fonseca y Figueroa ] que llevado a palacio, le vieron en una hora el rey, las demás personas reales y los grandes que estaban de servidumbre con aprobación y elogios de todos y particularmente de S. M., quien mandó expedir esta cédula: “A Diego Velázquez, pintor, he mandado recibáis en mi servicio para que se ocupe en lo que se le ordenare de su profesión, y le he señalado veinte ducados de salario al mes, librados en el pagador de las obras de estos alcázares, Casa de campo y del Pardo. Vos le haréis el despacho necesario para esto en la forma que se hubiere dado a cualquiera otro de su profesión. En Madrid a 6 de abril de 1623.= A Pedro de Hof Huerta."
Mandó también el rey que retratase al infante cardenal [ don Fernando ], y aunque se tuvo por más acertado hacer antes el de S. M. se suspendió por graves ocupaciones, mas le concluyo [ retrato de Felipe IV a caballo ] el día 30 de agosto del mismo año a satisfacción de toda la corte y mayor del conde duque, que aseguró públicamente que ningún pintor habla retratado bien al rey hasta entonces, aunque lo habían emprendido Bartolomé y Vincencio Carducho, Eugenio Cajés y Angelo Nardi. Manifestole también el contento que tenía S. M. con el buen desempeño de aquella obra y le ofreció que se mandaría recoger los demás retratos del rey, y que en adelante sería él el único que los pintase. S. M. ordenó que Velázquez trasladase su casa y familia a Madrid, dándole una ayuda de costa de 300 ducados, y le nombró su pintor de cámara en 31 de octubre de 1623 con el mismo sueldo de los 20 ducados mensuales que se le hahabían señalado en abril, pagadas además sus obras y con las adehalas de médico, cirujano y botica.
Era el retrato del rey del tamaño del natural, estaba [ Felipe IV ] armado y a caballo, muy arrogante y brioso; y con su real licencia se puso en la calle mayor, frente a San Felipe el Real [ Convento de San Felipe el Real de padres agustinos calzados en la calle Mayor ] en día de gran concurrencia, donde fue admirado de todo el pueblo, y causó no poca envidia a los demás pintores. Se escribieron muchos versos en su elogio, y entre ellos el siguiente soneto que compuso su suegro Pacheco.
Vuela, ó joven valiente! en la ventura
De tu raro principio: la privanza
Honre la posesión, no la esperanza
Del lugar que alcanzaste en la pintura:
Anímete l augusta alta figura
Del monarca mayor que el orbe alcanza,
En cuyo aspecto teme la mudanza
Aquel que tanta luz mirar procura.
Al calor de este sol templa tu vuelo,
Y veras cuanto extiende tu memoria
La Fama por tu ingenio y tus pinceles,
Que el planeta benigno a tanto cielo
Tu nombre ilustrara con nueva gloria,
Pues es más que Alexandro y tu su Apéles.
Hallábase entonces en la corte el príncipe de Gales, de cuya afición e inteligencia en la pintura hemos hablado en el apéndice al artículo de don Jerónimo Fures y Muñiz, quien celebró mucho el retrato del rey: pidió a Velázquez que le hiciese el suyo, y aunque le principió no pudo concluirle por la precipitación con que salió el príncipe de Madrid el día 9 de septiembre de aquel año. No fueron estos los únicos favores que don Diego recibió entonces de la benéfica mano del monarca, le señaló también una pensión de 300 ducados, que no pudo disfrutar hasta el año de 626 en que para ello hubo de dispensar el Papa Urbano V III.
Tratose en palacio de levantar un monumento con el motivo de la inesperada expulsión de los moriscos por el piadoso Felipe III, y el rey vino en mandar que cada pintor de cámara pintase un cuadro de este asunto [ expulsión de los moriscos ] con todo cuidado y esmero. Trabajaron a porfía Cajés, Nardi, Carducho y Velázquez. Concluidos los cuadros en 627, se llevaron a palacio, S. M. nombró jueces de este certamen a fray Juan Bautista Maíno, dominico, y a don Juan Bautista Crescenci, ambos pintores, y de común acuerdo prefirieron el de Velázquez, que se colocó en el salón grande del Alcázar. El premio fue la plaza de ujier de cámara con sus gajes, que aunque sea, como lo es, oficio muy honroso y lo mismo el de ayuda de cámara del rey y el de aposentador mayor, que después se confirieron a don Diego, defraudan el tiempo a los artistas que debieran ocupar con más utilidad en el ejercicio de sus profesión, como dice el prudente don Antonio Palomino. En 628 le añadió el rey la merced de la ración de cámara y 90 ducados anuales para un vestido, concediendo a su padre tres oficios de escribano en Sevilla, que según afirma Pacheco, le valía cada uno 1,000 ducados al año.
Llegó a Madrid Pedro Pablo Rubens el día de agosto del mismo año, con quien Velázquez seguía de antemano correspondencia artística, y en los nueve meses que estuvo en la corte no trató con ningún otro profesor: celebró mucho sus obras y fueron juntos al Escorial a ver y observar las que hay en aquel monasterio. Con la instructiva explicación que Rubens hacía del mérito de cada una y de sus autores, se renovaron en don Diego los antiguos deseos que tenía de pasar a Italia a estudiar, y volvió a instar al rey para que le concediese a licencia que S. M. le había ofrecido, y que no llegaba a tener efecto por no privarse de su servicio. Túvola al fin en 1629, mandando el rey darle 400 ducados de plata con el sueldo de dos años, y el conde duque 200 ducados de oro, una medalla con el retrato de S. M. [ Felipe IV ] y cartas de favor para los embajadores, ministros y otros señores, con lo que se embarcó en Barcelona el día 10 de agosto de aquel año.
Aportó a Venecia y fue hospedado en la casa del embajador de España, quien lo honró y distinguió como correspondía a las recomendaciones que llevaba. Agradaron mucho a Velázquez las pinturas de Tiziano, Tintoreto, Veronés y de otros profesores de aquella escuela, por lo que no dejó de dibujar y copiar todo el tiempo que permaneció en aquella corte, particularmente la famosa, crucifixión del Tintoreto, e hizo una copia de otro cuadro de [ Tintoreto ] este profesor, que representa a Cristo comulgando a los discípulos, que presentó al rey a la vuelta. Hubiera estado más tiempo en esta ciudad si no fuese, por la guerra. Partió a Roma, pasando por Ferrara, donde fue muy obsequiado del cardenal Sachetti, que habla sido nuncio en España, y mandó que sus criados le acompañasen hasta Cento. Visitó al paso la casa santa de Loreto, y sin detenerse en Bolonia llegó felizmente a Roma.
Mandó el papa Urbano VIII alojarle en el Vaticano y le entregaron las llaves de algunas piezas para que pudiese trabajar con más libertad; pero por hallarse solo y fuera de mano no las admitió, contentándose con que le permitiesen entrada franca cuando le acomodase. Copió entonces con lápiz y con pinceles mucha parte del juicio [ Final ] universal y de los profetas y Sibilas que pintó Miguel Ángel en la capilla Sixtina, y diferentes grupos y figuras de las celebérrimas historias de la teología, escuela de Atenas, monte Parnaso, incendio del Borgo y de otras [ obras ] de Rafael de Urbino.
Pero como le hubiese agradado el palacio de Médicis para pasar el verano y poder estudiar el antiguo por estar más ventilado y contener gran porción de excelentes estatuas, el conde de Monterrey que estaba de embajador, le facilitó habitación cómoda en él. Al cabo de dos meses unas tercianas le obligaron a mudarse a una casa inmediata a la del conde, para estar más bien asistido en su enfermedad, en la que el embajador le manifestó el afecto y consideración que le tenía con su obsequio y cuidado que contribuyó a su pronto restablecimiento.
Un año entero estuvo don Diego en Roma ocupado en útiles estudios, sin haber pintado más que su retrato [ autorretrato de Velázquez ], que envió a su suegro, el cuadro de la túnica de José y el de la fragua de Vulcano, y a pesar del deseo que tenía de seguir, tuvo que sacrificarle para venir al servicio del rey. Pasó antes a Nápoles, donde abrazó a José de Ribera, y después de haber retratado a la reina de Hungría se restituyó a Madrid a principios de 631. Celebró mucho el conde duque su pronto regreso, y le mandó que besase la mano al rey y le diese las gracias por no haberse dejado retratar de otro pintor en su ausencia. También se holgó S. M. con su venida, y ordenó que se le pusiese el obrador en la galería del cierzo, y que se hiciese otra llave para cuando gustase de ir a verle pintar, como lo hacía en adelante los más de los días.
Lo primero que pintó fue el retrato del príncipe don Baltasar Carlos, y después se trató entre el rey, el conde duque y Velázquez de hacer una estatua en bronce de S. M. para colocarla en uno de los jardines del Buen Retiro, que el rey había mandado construir. Acordaron qué fuese [ estatua equestre de Felipe IV ] a caballo y mayor que el tamaño del natural; y no habiendo entonces en España artista capaz de desempeñarla con perfección en esta materia, escribió el ministro a Florencia para que la gran duquesa la encarase al escultor Pedro Tacca, discípulo de Juan Bolonia, autor de la de Felipe III que esta en la Casa de campo. Tomose el encargo con calor, y el gran duque previno al artista que el rey gustaría de que la postura del caballo fuese en corbeta, o en galope, y en esta alternativa se tuvo por más acertado que S. A. le escribiese, pidiendo un ejemplar pintado, según la idea que deseaba. Con este motivo pintó Velázquez un cuadro, representando al rey [ Felipe IV ] a caballo en la actitud que se eligió, y en otro más pequeño el retrato de [ Felipe IV ] S. M. de medio cuerpo muy parecido. Se cree que no se tuvo esto por bastante, según lo que se refiere en el artículo de Juan Martínez Montañés, pues fue llamado a Madrid para trabajar una estatua ecuestre del rey [ Felipe IV ], la que también se remitió a Florencia.
Pinto Velázquez otros muchos retratos, entre los que se distinguió el del duque de Módena, que se hallaba en Madrid el año de 638, quien le gratificó con una rica cadena; que don Diego se ponía los días de gala. En el de 39 pintó el crucifijo [ Cristo crucificado ] de san Plácido [ convento de San Plácido ó de la Encarnación de monjas benedictinas en la calle de San Roque ] y el retrato de Adrián Pulido Pareja, general de armada, con tal propiedad, que viéndole el rey, le preguntó por que no se había ido a su destino, respecto de que ya se le había despachado; pero reparando en que no respondía, volviose a Velázquez y le dixó: Me has engañado. Pero se esmeró mucho más en el que hizo a caballo de su protector don Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares [ a caballo ] y marques de Heliche, que por tan conocido no describimos.
En 642 fue don Diego sirviendo al rey en la jornada que hizo a Aragón para pacificar los catalanes, y en el siguiente de 43 sufrió con prudencia y resignación el golpe fatal de la caída y destierro del conde duque, y las maquinaciones de sus émulos que intentaban la suya; pero S. M. le continuó su gracia sin la menor alteración, y le nombró para la segunda jornada que hizo a Zaragoza en 44. Pintó entonces un airoso retrato del rey, [ Felip IV ] ataviado con toda la gala con que entró en Lérida en medio de las aclamaciones del pueblo el día 8 de agosto de aquel año.
Restituido el rey con su comitiva a Madrid siguió Velázquez, pintando muchas obras a pesar de los estorbos de sus empleos, pues servía la plaza de ayuda de cámara desde el año de 43. Volvió a retratar a S. M. [ Felipe IV ] en traje de caza con escopeta y perros de trabilla, y del mismo modo a su hermano el infante cardenal don Fernando [ en traje de caza ], que son la admiración de cuantos los miran, pues parecen vivos. Retrató también a la reina doña Isabel de Borbón sobre un hermoso caballo blanco que sirve de compaíiero al que pintó del rey [ Felipe IV ] a caballo, recien venido de Sevilla. Hizo el del príncipe don Baltasar Carlos [ a caballo ], corriendo a galope en una jaca y otros que existen en el palacio nuevo [ palacio Real ] de Madrid y señalaremos despues. Pero no omitiremos aquí los que también pintó con extremada semejanza del poeta don Francisco de Quevedo y Villegas, su amigo, del cardenal Borja, arzobispo de Sevilla don Nicolás de Córdoba Lusigniano, de Pereira el maestro de cámara, del marques de la Lapilla, de una dama de singular hermosura, ni el del beato Simón de Rojas. Volvió a retratar al rey [ Felipe IV ] armado y a caballo, y habiéndose presentado el retrato en público, fue censurado el caballo de estar contra las reglas del arte de la jineta, pero celebrado de otros. Se enfadó mucho con esta diversidad de pareceres, y borrando la mayor parte del cuadro, puso en él Didacus Velazquius, pintor regís expinxit. Pintó también en aquel tiepo la toma de una plaza por don Ambrosio de Spínola [ rendición de Breda ] para el salón de las comedías en el Buen Retiro y una coronación de [ la Virgen ] nuestra Señora para el oratorio de la reina.
Se había tratado en cortes con interés sobre el establecimiento de una academia pública de bellas artes en Madrid, como se ha dicho en el apéndice al artículo de don Juan Domingo Olivieri, cuya resolución estaba todavía pendiente; y hora fuese con el objeto de proporcionar principios y modelos para su estudio, hora para buscar estatuas y pinturas para el adorno de una pieza ochavada que se había mandado fabricar en 7 de mayo de 47 sobre la escalera de la torre vieja del Alcázar de Madrid, nombrando a Velázquez para que corriese con su ejecución, cuentas y gastos, dispuso el rey que don Diego volviese a Italia a comprar todo lo que hallase relativo a las artes, siendo de su gusto y aprobación.
Salió de Madrid en noviembre de 48 y se embarcó en Málaga con el duque de Najera, que iba a Trento a esperar a la reina dona María Ana de Austria. Aportaron a Génova, donde Velázquez, aunque de paso, observó todo lo que había digno de verse: lo mismo hizo en Milán, sin detenerse a ver la entrada de la reina, para lo que había grandes prevenciones. Tampoco se detuvo en Padua; pero sí en Venecia por la gran inclinación que tenía a las obras de aquellos profesores, y compró algunas [ obras ]. Catequizó en Bolonia a los fresquistas Miguel Colona y Agustín Metelli para que viniesen a Madrid a trabajar en el servicio del rey. Detúvose en Florencia algunos días para ver la primera escuela de las artes, y en Módena le obsequió el duque, a quien, como se dijo arriba, había retratado en Madrid. Después de haber admirado en Parma las obras del Corregio, llegó a Roma, y sin visitar a nadie, siguió a Nápoles a verse con el virrey conde de Oñate, encargado de suministrarle cuanto necesitase para llenar su comisión; y habiendo acordado lo conveniente y abrazado segunda vez al Spagnoleto, se volvió a la corte del Papa.
Reinaba entonces Inocencio X, que le recibió en una audiencia con gran benignidad, cuyo nepote el cardenal Astali Pamfilio le hizo muchas honras y también el cardenal Barberini y otros personajes. Fue muy aplaudido y obsequiado de los famosos artistas que había en aquella capital, cuales eran Pedro de Cortona y el caballero Matías Preti, pintores, el Algardi y el caballero Bernini, escultores, a quienes envió el retrato de su esclavo, Juan de Pareja, que acababa de pintar por modo de ensayo para el que iba a emprender del Papa. Quedaron asombrados al verle tan parecido al mismo Pareja que le llevaba, y le colocaron en la Rotunda un día de gran festividad, por el que Velázquez quedó recibido académico romano.
Retrató al Papa [ Inocencio X ] con valentía de pincel, con exactitud de dibujo y con extremada semejanza. S. B. le regaló una medalla de oro con su busto [ Inocencio X ] y una cadena del mismo metal. Retrató después al cardenal nepote, a dos camareros, al mayordomo de S.S. [ Inocencio X ] y a otros sujetos [ personajes ] de palacio [ Vaticano ], amigos suyos, cuyas cabezas son todavía celebradas con entusiasmo de los inteligentes en aquella capital.
Dice don Francisco Preciado en su Arcadia pictórica que cuando Velázquez estuvo en Roma encargó doce cuadros a Guido Renni, José de Arpinas, Lanfranco, el Dominiquino, Guercino, Pedro de Cortona, Valentino Colombo, Andrea Sachi, Pousin, el caballero Máximo, Horacio Gentileschi y Joaquin Sandrat, a cada uno el suyo, que eran los mejores que había entonces en Italia, y que finalizados los trajo a España para el rey su amo; pero como los cuatro primeros, y algún otro de los referidos pintores hubiesen fallecido antes de los años de 1650 y 51 en que Velazquez estuvo la segunda vez en Roma, no puede ser cierta la noticia, a menos que los hubiese encargado en el primer viaje de 630: Los cuadros [ traidos de Italia ], estatuas y bustos que recogió en el segundo y trajo a Madrid, están explicados por menor en el artículo de Felipe IV, que fue quien mandó comprarlos.
Iba andado un año entero que nuestro don Diego había salido de España, sin que pensase en volver, y el rey sentía mucho tan dilatada ausencia. Se lo avisó su gran amigo don Fernando Ruiz de Contreras y entonces dispuso su venida. Pensó hacerla por tierra por el deseo de ver a París, más la guerra de Francia le obligó a embarcarse en Génova y llegó a Barcelona en junio de 51. Vino inmediatamente a Madrid, y el rey le recibid con gran placer. Se dispuso vaciar las estatuas y bustos, que lo hizo Jerónimo Ferrer, para lo cual le traía Velázquez de Roma, y el escultor Domingo de Rioja. Desvanecido el proyecto de academia pública, se adornaron con los vaciados la sala ochavada y otras de palacio.
El premio de este viaje fue la plaza de aposentador mayor, que sin embargo de sus ocupaciones no le estorbó para pintaren 1656 aquel célebre cuatro llamado de la Familia [ las Meninas ] y conocido más bien con el título, que le puso Jordán [ Giordano ], de la Teología de la pintura, Representa al mismo Velázquez en pie retratando a la infanta doña Margarita, de corta edad, a quien suministra un búcaro de agua doña María Agustina, menina de la reina e hija de don Diego Sarmiento: esta al otro lado doña Isabel de Velasco, hija del conde de Fuensalida en acción de hablar a S.A. Aparece en primer término Nicolasito Pertusano y Mari Barbola, enanos, con un perro grande: algo más lejos se ve a doña Marcela de Ulloa, señora de honor y un guardadamas, y en último término hay una puerta abierta que sale a una escalera, en la que esta José Nieto, aposentador de la reina. Todo esta pintado por el natural hasta la sala que representa la escena con los cuadros que contenía. La composición, el contraste de las figuras, la degradación de las tintas y luces y el modo mágico con que esta pintado elevan este cuadro a ser uno de los mejores de este profesor (I).
No podemos afirmar con certeza lo que se cuenta haber sucedido en palacio luego que Velázquez concluyó este cuadro. Aseguran que habiéndole visto el rey finalizado dijo, que le faltaba una cosa esencial, y que tomando S. M. la tablilla y pinceles pinto sobre el pecho del retrato de don Diego la cruz de Santiago; pero sí podemos justificar que el mismo Felipe IV por real cédula, fecha en el Buen Retiro a 12 de junio de 1658 le hizo merced del propio habito: que habiéndose presentado con su genealogía en el consejo de las ordenes, se le hicieron en seguida las informaciones, de las que hubo de resultar haber necesidad de dispensa: que el rey la impetró del Papa Alejandro VII, quien la concedió por breve expedido en 7 de octubre de 59: que el condejo consultó a S. M. en 28 de noviembre del mismo año para que se dignase despachar cédula de hidalguía a Velázquez, la que se firmó en el mismo día; y que con ella aprobó el consejo inmediatamente las pruebas, y se vistió el habito en la iglesia de las monjas de la Carbonera [ monasterio del Corpus Christi ó de la Carbonera de monjas jerónimas en la plazuela del conde de Miranda ].
En 658 había dirigido las obras que pintaron al fresco en palacio Miguel Colona, Agustin Metelli, Francisco Rizi y don Juan Carreño, como se ha dicho en sus artículos; y en 59 pintó los retratos del príncipe de Asturias don Felipe Próspero de ocho años de edad, de la infanta doña Margarita para remitir al emperador de Alemania, y de la reina [ María Ana de Austria ] en un óvalo pequeño, muy parecido y muy concluido.
Salió de Madrid en marzo de 1660 a disponer los alojamientos para el rey en el viaje que pocos días después emprendió a Irun a entregar la infanta doña María Teresa a Luis XIV, rey de Francia, con quien se había de casar. Fue esta jornada muy molesta y de graves cuidados para Velázquez, pues además de tener que preparar las habitaciones en todo el camino hasta la raya de Francia, aderezó ostentosamente en la isla de los Faisanes la casa en que se tuvo la conferencia entre ambas majestades. Celebrose la entrega el día 7 de junio, y no fue don Diego el que menos lució en aquellas fiestas con su airosa y gallarda persona; por el delicado gusto que tenía en vestirse y por el arte con que colocaba sus diamantes; y a la vuelta acompañó al rey, habiendo enviado por delante el ayuda de aposentador.
A pocos días de haber llegado Velázquez a Madrid, cayó enfermo en el de 31 de julio, y después de haber recibido los sacramentos y otorgado poder para testar a su mujer doña Juana Pacheco y a su amigo don Gaspar de Fuensalida, falleció el 7 de agosto del mismo año de 166o. Fue enterrado en la parroquia de San Juan [ en la plazuela de San Gil ] con gran acompañamiento de títulos, caballeros de las ordenes militares, criados del rey y de artistas; y lo que es muy extraño, siete días después en el 14 del mismo mes murió su viuda, que fue sepultada junto al cadaver de su marido.
Convengamos en hora buena con los quo dicen que don Diego Velázquez no fue más que un naturalista: ¿pero quien le igualó en esta clase? El mismo Tiziano cede al brío de sus pinceles y al inimitable arte con que representó el aire interpuesto entre sus figuras, confundiendo las distancias. Velázquez veía la naturaleza de un modo muy particular. Lo que a otro profesor parecería accidente, era para don Diego una cosa esencial, y al contrario despreciaba lo que otros se empeñaban en expresar, y cuando no lo despreciase, lo tocaba de un modo que algunos creerían descuido, buscando siempre el efecto en las partes principales.
Convencido de que la pintura no es más que una exacta imitación de la naturaleza, se propuso apurar todos los caminos para observarla, y halló el muy seguro de la cámara obscura, que transforma a la naturaleza en pintura, quiero decir, que presenta a la naturaleza pintada con todas las reglas del arte; y cualquiera que haya cotejado el estilo y máximas de Velázquez con el efecto que produce esta sencilla maquina se convencerá de ello; El pintor que no le imite, jamás llegara a poseer el arte mágico de engañar y sorprender al espectador. Así en la cámara obscura como en las obras de Velázquez se nota la precisa degradación de la luz y de la sombra en las distancias, y su aumento en las figuras del primer término: los colores locales descuellan sobre los otros: el colorido de las carnes, el de los cabellos, ropas, celajes, y de los demás accesorios que varía según el gusto, el genio y el capricho de cada pintor, es aquí el genuino y el de la misma naturaleza. Las manchas de los grupos y de cada figura en particular, que ponen algunas veces otros pintores por la necesidad de separar unas figuras de otras, sin que las motive la falta de luz, están aquí colocadas en su lugar, y producen el efecto que corresponde: En fin la armonía, el tono dominante, el aire interpuesto, todo se representa con aquella verdad infalible, hija de la misma naturaleza.
Si después de haber estudiado el antiguo en Roma, y las mejores obras de Rafael y de Miguel Ángel, no adopto su gusto y modo de dibujar, sería, o por haber ido en edad provect a, en la que es difícil perder el habito contraído, o porque preferiría el acomodarse a la naturaleza común, que era el estilo generalmente recibido entonces en toda Europa, especialmente en Italia por los discípulos de la escuela boloñesa, que él halló en Roma en tan justa reputación. ¿Pero por esto dejó de ser exacto en las proporciones, profundo en la anatomía, filosófico en la expresión, como lo demostró en el retrato del infante don Fernando [ en traje de caza ], que es una figura gallardísima, en los desnudos de la fragua de Vulcano, y en el Jacob del cuadro de la túnica de José?
¿Y quien le excedió en representar los animales, particularmente los caballos? Sólo Tiziano y Van Dick le igualaron en los retratos; pero no tuvo compañero en el tino y economía de sus toques magistrales, dados con tal gracia y delicadeza,que como dice don Antonio Mengs hablando del cuadro de las hilanderas [ fábula de Aracné ]: “Esta hecho de modo que parece no tuvo parte la mano en la ejecución, sino que se pintó con sola la voluntad”. Sus dibujos van por el mismo camino, siempre abreviados, siempre llenos de gracia y de sabiduría, tocados con pincel a la aguada, o con pluma mal cortada. Son muy raros y muy apreciables: no lo es menos el retrato [ estampa ] del conde duque de Olivares, que grabó al agua fuerte, el cual esta tocado con buril en el pelo, en los bigotes y perilla, con puntos muy delicados en la carne, y tiene tres pulgadas de largo. Entre sus discípulos el que mejor conservó su estilo fue su yerno Juan Martínez del Mazo, porque los demás por no saber dibujar, se contentaron con imitar sus medias tintas, sus celajes y otras partes menores, por lo que decayó la pintura.
Cerremos este artículo con unos versos que don Francisco de Quevedo y Villegas compuso al pincel.
Y por tí el gran Velázquez ha podido,
Diestro quanto ingenioso,
Ansí animar lo hermoso,
Ansí dar á lo mórbido sentido
Con las manchas distantes,
Que son verdad en él, no semejantes,
Si los afectos pinta;
Y de la tabla leve
huye bulto la tinta desmentida
De la mano el relieve.
Y si en copia aparente
Retrata algún semblante, y ya Viviente
No le puede dexar lo colorido,
Que tanto se queda parecido,
Que se niega pintado, y al reflejo
Te atribuye que imita en el espejo.
Las pinturas públicas de mano de Velázquez son las siguientes:
ESCORIAL
REAL MONASTERIO
-El cuadro de la túnica de José, que presentan sus hermanos ensangrentada a Jacob, colocado en el capítulo vicarial: el retrato de Felipe IV en la librería: otro del mismo rey [ Felipe IV en la galería de la infanta ] e [ Isabel de Portugal ] y el de su esposa en la galería de la infanta.
MADRID
PALACIO NUEVO [ PALACIO REAL ]
-El cuadro ya descrito de la Familia [ las Meninas ], conocido con el título de la Teología de la pintura (1): cinco retratos grandes a caballo que representan a Felipe III [ a caballo ], Felipe IV [ a caballo ], sus mujeres [ Margarita de Austria a caballo ] e [ Isabel de Borbón sobre un hermoso caballo blanco ] (2), y el conde duque de Olivares [ a caballo ]: un muchacho de cuerpo entero con un perro: un bodegón con otros dos muchachos, que están comiendo: dos retratos de unos bufones (3): tres de cuerpo entero de Felipe IV de cazador, de su mujer [ Isabel de Borbón de caza ] y de un infante niño con perro y escopeta: el de un personaje africano, que llaman barabaroja (4): el del príncipe don Baltasar Carlos [ a caballo ], corriendo en una jaca(5): el infante don Fernando [ de caza ] a pie, con escopeta y perros (6): Esopo y Menipo (7): Baco coronando a unos borrachos (8): un viejo de golilla, llamado el alcalde Ronquillo(9): dos enanos (10): otros dos [ enanos ]: el Aguador de Sevilla (11): san Pablo y san Antonio, ermitaños, conversando cerca de un arroyo en un hermoso país [ paisaje ]: la coronación de [ la Virgen ] nuestra Señora: un cuadro grande que representa la entrega de una plaza al marques de Pescara con figuras del tamaño del natural, que parecen retratos: una caza de jabalíes en el bosque del Pardo con figuras pequeñas: el retrato de un Papa de medio cuerpo: el de un personaje de golilla: el de una infanta: Marte desnudo y con un gorrión en la cabeza: Mercurio y Argos: La fragua de Vulcano; y el famoso cuadro de las hilanderas [ fábula de Aracné ].
BUEN RETIRO.
-La cabeza del retrato de don Carlos Colona que esta en el cuadro del socorro de Pisa, que pintó Juan de la Corte: un perro sobre una almohada.
REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO [ EN LA CALLE DE ALCALÁ ]
-Los retratos de medio cuerpo de Felipe IV [ de medio cuerpo ] y de su mujer doña Mariana de Austria [ de medio cuerpo ].
MONJAS DE SAN PLACIDO [ CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN Ó DE SAN PLÁCIDO DE MONJAS BENEDICTINAS EN LA CALLE DE SAN ROQUE ]
-Un excelente crucifijo [ Cristo crucificado ] en la sacristía.
SAN ILDEFONSO
PALCIO
-El retrato de un infante con un perro, una Verónica y un retrato desconocido [ anónimo ]
SEVILLA
CARMEN CALZADO
-Una Concepción y un san Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis, colocados en la sala del capítulo: pertenecen al primer tiempo de Velázquez.
JEREZ DE LA FRONTERA
CARTUJA
-Job conversando en el muladar, colocado en la sacristía.
PLASENCIA
CATEDRAL
-El nacimiento del Señor [ Cristo ] en la sala capitular.
GANDÍA
-El retrato del cardenal Borja
NOTA
(I) El excelentísimo señor don Gaspar de Jove Llanos conserva el boceto [ de la Familia ] original que hizo Velázquez para esta obra; y yo el dibujo'[ de la Familia ] de lápiz rojo que saco don Francisco de Goya [ de la Familia ] para grabarle al agua fuerte [ estampa de la Familia ], que a no ser de mano del mismo Velázquez no le tendría en más estimación.
(1) hasta (11) don Francisco de Goya grabó [ estampas ] al agua fuerte los cuadros señalados con estos números: de los cuales conservo la mayor parte de sus dibujos.
Documentos Originales, Carducho, Pacheco, Díaz del Valle, Palomino, Preciado de la Vega, Ponz.
(Tomo V, pp.155-180)