Vieira, Francisco
Especialidad | Pintor |
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Nacimiento | 1699 Lisboa (Portugal) |
Fallecimiento | 1783 Lisboa (Portugal) |
Cronología | XVII-XVIII |
Ciudad de trabajo | Sevilla (Andalucía) |
Ubicación en el diccionario | Tomo 5, Página 224, Letra Letra V, Grupo Grupo VI |
Vieira (don Francisco) pintor de cámara del rey de Portugal, y natural de Lisboa. Siendo de poca edad le llevó a Roma en su compañía el marqués de Abrantes, embajador de S. M. fidelísima en aquella corte, donde aprendió su profesión con Francisco Trevisani, uno de los pintores de más crédito en aquella capital, dedicándose particularmente a copiar mucho en la galería del palacio Farnesio, pintada por Aníbal [ annibale ] Carracci. Pero como el embajador le distrajese en hacer dibujos de muchas casas que había en Roma, no muy conducentes al orden de estudio que debe tener un joven, como fueron de la profesión del Corpus, de los muebles de su casa, y de otras vagatelas, no pudo hacer los progresos que se podían esperar de su genio y aplicación. Pasados cinco años acabó el marqués su embajada, y Vieira le suplicó le permitiese quedar en aquella capital para poder estudiar con más libertad y aprovechamiento; y se lo concedió por dos años, en los que copió muchas obras del antiguo, de Rafael de Urbino, de Miguel ángel Buonarroti, y de otros grandes profesores, distinguiéndose entre los discípulos de la academia de San Lucas con los repetidos premios que ganaba.
Regresó a Lisboa a los dieciséis años de edad muy adelantado en su arte, y el rey le mandó pintar un cuadro de gran tamaño y de mucha composición, alusivo al misterio de la Eucaristía con motivo de la inmediata festividad de Corpus Christi. Le desempeñó en siete días con valentía y a satisfacción de la corte; y después pintó el retrato de aquel soberano [ Juan Vel Magnánimo ] para que sirviese de modelo a los grabadores en hueco en la moneda del reino.
Antes de contar los amores e historia del casamiento de Vieira, conviene saber, que desde muy niño amaba tierna e inocentemente a una señorita llamada doña Inés Elena de Luna y Mello, hija de padres ilustres, con quienes vivía en una quinta no muy distante de Lisboa. Y como permaneciesen en ella cuando Vieira volvió de Roma, no tardó mucho tiempo en ir a visitarlos. Le recibieron con la alegría y confianza que exigía una estrecha y antigua amistad entre los padres de don Francisco y de doña Inés; y con la misma permaneció allí algunas temporadas gozando de la hermosa situación, y pintando los deliciosos objetos que la naturaleza le presentaba en la campaña [ paisajes ], y al mismo tiempo abrasándose en el amor que cada día se aumentaba extraordinariamente en los dos jóvenes.
Aunque procuraron guardar el mayor disimulo, no dejaron los padres de doña Inés de conocerle, y de repente la trasladaron a un monasterio, obligándola a tomar el hábito y a profesar. Penetrado del más vivo dolor, se arrojó Vieira a los pies del rey, quejándose altamente de la violencia de los padres contra la solemne palabra de matrimonio que le había doña Inés. Pero como el rey no hubiese querido mezclarse en el asunto, acaso por la desigualdad de las familias, partió ocultamente a Roma, y logró que el papa despachase comisión al patriarca de Lisboa para explorar la voluntad de doña Inés, y examinar la violencia de los voto; y resultando de las diligencias ser cierto cuanto exponía Vieira en sus preces, expidió bula S. S. concediéndole licencia para casarse con ella.
Es difícil explicar el gozo que tuvo este profesor con tan suspirada gracia: comenzó a disponer su vuelta a Lisboa, despidiéndose de sus amigos; pero al abrazar a un jesuita paisano suyo, le detuvo haciéndole ver los riesgos a que se exponía, pues además de que no lograría verificar el casamiento, le confiscarían los bienes, porque contraviniendo a las leyes de Portugal, había impetrado la bula del papa sin las licencias necesarias, y sin haber pasado por la mano de aquellos curiales.
Quedó Vieira como yerto al oír unas razones que desbarataban su felicidad, y no tuvo otro arbitrio que suspender el viaje para más adelante. De mes en mes y de año en año permaneció seis en Roma suspirando por su Inés, pero sin dejar de pintar, adelantando extraordinariamente hasta ser recibido académico de San Lucas, y ser reconocido por uno de los mejores profesores de aquella capital con sus obras, Celebradas de todos los inteligentes.
Pasado este tiempo se embarcó para España, y se detuvo en Sevilla, donde estaba a la sazón la corte de Felipe V: contrajo estrecha amistad con Mr. Rang y con Mr. Fremin, aquel pintor y este escultor de S. M.: animó a Preciado y a Castro a que fuesen a estudiara Roma: les dio cartas de recomendación; y llevó consigo a Portugal al pintor don Andrés Rubira: Entró en Lisboa, cuando estaban olvidados los amores con la monja, y aprovechando esta ocasión, la sacó del convento disfrazada con vestidos y carátula de hombre, que él había proporcionado con el mayor sigilo, confundiéndose entre los albañiles que trabajaban en el monasterio, y montada en un caballo la llevó a otro obispado, donde los casaron en virtud de la bula que presentó.
Esta abreviada relación se sacó de un poema lírico que el mismo Vieira escribió en verso portugués, intitulado: 0 insigne pintor é leal esposo Vieira Lusitano, historia verdadeira, que elle escribe en cantos líricos. Impreso en Lisboa año de 1780. Falleció en esta ciudad, donde dejó pinturas muy apreciables por la corrección del dibujo, por el fuego e invención poética y por la valentía de pincel. Don Pedro González Sepúlveda, con quien tuvo seguida correspondencia artística, conserva varios dibujos de su mano, que manifiestan suy gran mérito. Grabó a buril y al agua fuerte varias estampas, que son muy estimadas de los inteligentes.
(Tomo V, p.p.224-228)
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